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Prim Capítulo XXI de Benito Pérez Galdós Siguiendo a Ibero con la vista hasta que desapareció, envidiaba Teresa lo que el gallardo mocetón semisalvaje entendía por vida libre, y consideraba dignas también de envidia las misiones secretas que a su parecer llevaba... Al volver a su casa sorteando los baches de la carretera endurecidos por la escarcha, pasaron junto a ella hombres a pie. Teresa les miró: eran caras conocidas; figuras militares vestidas de paisano. Viéndoles seguir la misma dirección que llevaba Ibero, decía para sí: «¿A dónde irán esos?... A mí no me engañan... ¡Prim, Libertad!...». Después de dar un vistazo a su madre, a quien halló profundamente dormida, volvió a pasear por el camino real, acercándose a la cabecera del puente sobre el Tajo. Antes de que a este sitio llegara, vio venir cuatro jinetes; apartose para dejarles paso, y uno de ellos, reconociéndola y llamándola por su nombre con muestras de gozo, paró su caballo. Aunque iba...

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