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Prim Capítulo XVII de Benito Pérez Galdós Y he aquí que el buen Leal, que a todo atendía, dijo a Bero: «Hasta mañana nada tendrás que hacer... En tanto, vete a casa; duerme, come, y de allí no te muevas hasta que se te den órdenes». Obedeció el marinero, y aquella noche durmió en la casa de Leal. Al día siguiente se le dio de comer todo lo que quiso. Obediente a la consigna, el hombre no se movió del patio, y pasaba las horas sentadito en un poyo, o acariciando a un perrillo que con él hizo francas amistades. Llegose a él la patrona, movida de intensísima curiosidad, primer estímulo del alma de mujer, y con semblante risueño le sometió a un proceso verbal muy minucioso. «Tú eres Santiago Ibero. -Sí, señora. -Tú te escapaste de la casa de tus padres. -No, señora: de la casa de un primo de mi padre, don Tadeo Baranda. -Es lo mismo. ¡Valiente pillo estás! ¿No te da vergüenza de ser tan loquinario y tan andariego? -No, señora. -Y parece como que...

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