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Prim Capítulo XXIII de Benito Pérez Galdós Desde el amanecer, la humilde Villarejo, comúnmente silenciosa y pacífica, parecía un campamento. Calatrava y Bailén, y la turbamulta de paisanos, fueron recibidos con grande estrépito de aclamaciones. Acto seguido, las improvisadas cantineras servían a los sublevados: el aguardiente del vecino Chinchón venía como llovido a confortar los ateridos cuerpos, y a encender en las cabezas los sentimientos más patrióticos. Un vértigo de organización corría de un lado a otro, y las órdenes restallaban a lo largo de las calles villanescas, como las tracas de la fiesta valenciana. ¡Caballos, hacen falta caballos!... Cuatro fueron los que con el suyo trajo Clavería; de Huete, de Tarancón y Aranjuez vinieron como dos docenas, parte montados, parte conducidos por patriotas. Al fin, como se pudo arreglose que tuvieran cabalgadura los amigos más inmediatos a Prim, y los demás, los que venían de mirones o para hacer bulto, que...

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