La madre Naturaleza: 36
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La madre Naturaleza
Emilia Pardo Bazán
Capítulo XXXVI
Entró medio a tientas, porque el cuarto estaba casi a oscuras, a causa de que la jaqueca de la niña no le consentía ver luz. No tardaron sin embargo las pupilas de Gabriel en acostumbrarse a aquella penumbra lo bastante para distinguir, en el fondo del cuarto, la blancura de las sábanas y la cabeza de Manuela sobre el marco de su negrísimo pelo. Al acercarse el comandante, levantose Juncal y se retiró discretamente. La montañesa yacía inmóvil, con los ojos cerrados, y de la cama se alzaba ese olor especial que los enfermeros llaman olor a calentura, y que se nota por más ligera que sea la fiebre.
A la cabecera de la cama estaba vacante la silla que el médico había dejado; pero Gabriel la separó, e hincando una rodilla en tierra, puso la mano derecha sobre el embozo de la sábana.
-Manuela -cuchicheó.
La enferma abrió los ojos, sin responder.
-¿Qué tal te...
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