La madre Naturaleza: 25
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La madre Naturaleza
Emilia Pardo Bazán
Capítulo XXV
Si vale decir verdad, cuando salió del caserón solariego como alma que lleva el diablo, por no oír la retahíla de palabrotas y berridos con que don Pedro contestó a su arenga, no sabía el comandante ni hacia dónde dirigirse ni a qué santo encomendarse para cumplir el programa de encontrar a su sobrina. La hora era además tan cruel y el calor tan intolerable, que sólo estando a mal con la vida podía nadie echarse a andar por los senderos calcinados. Estarían cayendo las dos de la tarde, el momento en que los habitantes así racionales como irracionales de los Pazos se aprestaban a gozar las delicias de la siesta, tendiéndose cuál panza arriba, cuál de costado para roncar; despatarrados los gañanes sobre los haces de paja, y estirados en completa inmovilidad los perros, sacudiendo solamente una oreja cuando se les posaba encima importuna mosca.
Por vivo que fuese el celo...
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