La madre Naturaleza: 17

none 17 Pág. 17 de 36 La madre Naturaleza Emilia Pardo Bazán Capítulo XVII Después de comer, transcurrida la hora sagrada de la siesta, Gabriel sintió otra vez llamar a su puerta, no con los nudillos y desdeñosamente como por la mañana, sino con el batir imperioso de una manecita que manifiesta cierta cordialidad y deseo de ver pronto a la persona que busca. Saltó el comandante del canapé en que se había recostado, más a leer que a dormir. Como todo hombre de hábitos intelectuales, Gabriel, al llegar a los Pazos, había buscado algún alimento del alma, alguna lectura: el obsequioso Gallo le había ofrecido sus periódicos (el señor los leía también al día siguiente); pero Gabriel, recordando haber visto por la mañana en el archivo un armario-estantería donde encima de las oscuras encuadernaciones de antiguos libros relucía algún filete de oro, se fue allá terminada la comida. Al abrir las hojas forradas, en vez de vidrios, de rejilla de...

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