XXIV. El Gran Espectaculo

Introducción

AL dispersarse, los ciudadanos apenas se enteraron de que César legaba a la República los magníficos jardines que poseía al otro lado del Tíber, de que ordenaba a sus sucesores que velaran por la aplicación de las leyes y decretos que harían a Roma «más grande en el mundo» y de que, asimismo, encargaba que todas sus estatuas, «menos aquellas en que el inspirado escultor imprimió su arte», fueran retiradas. Esta última disposición se cumplió por adelantado, puesto que alguien se había ocupado de hacerlas desaparecer de las plazas de Roma antes de que dieran comienzo las honras fúnebres.

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