XVIII. Josefina Blanco y el segundo viaje a América

LA voracidad literaria de Valle-Inclán hace que aquellas horas nocturnas del café de Levante le sepan a poco. Busca, con avidez, nuevos horizontes que colmen su sed de conversador. Portada de una de las novelas de Valle-Inclán. Manuel Bueno le lleva a una tertulia teatral que tiene su sede en el saloncillo del Español. Allí departe con la Guerrero y con Fernando Díaz de Mendoza. Bebe sus cafés con fruición de cafeinó-mano, o sus espejeantes coctelitos de moda con frenesí modernista, y siente cómo se le cuela, por segunda vez, el gusanillo del teatro, de la farándula en todas sus formas y dimensiones. Sin formas decididas todavía, hay una particular renovación teatral en el magín del escritor. Es, como si dijéramos, un teatro de futuro, algo que aún no hace más que intuir, y por donde ya pasan en tropel cohortes de mendigos, grupos de ciegos, de lelos, de lisiados, barahúndas de almas en pena y turbamultas de pequeños demonios que parecen salir de su trasfondo...

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