XIV. Amigos, nostalgias y decepciones

Variaciones sobre un tema: la mujer

Picasso tiene ya 74 años que no parecen pesarle y, con la urgencia que le caracteriza, pinta interiores, ángulos de su nuevo estudio, desde donde se distingue el jardín, siguiendo con un tema en torno a El pintor y su modelo. El dibujo es una mujer desnuda posando ante el artista, feo y viejo, de elocuente significado. Sigue en pie su deseo de interpretar la obra de otros y se dispone a realizarlo con el cuadro de Delacroix Las mujeres de Argel, del que hace cincuenta variaciones complementarias entre sí y con una única significación, la exaltación de la mujer en general. Y como en tantas ocasiones en que pintaría a Jacqueline, también una de las mujeres argelinas del cuadro muestra el rostro de su reciente amor. Retratada de muy diferentes modos, el cuadro Madame Z es de los mejores, titulado así en recuerdo de «Le Ziquet», una propiedad de Jacqueline. Picasso confiesa que empieza una nueva época merced al influjo de su actual mujer, de la que Crespelle ha escrito: «Sin gran relieve, sin la plástica de Marie Thérése ni el espíritu de Dora Maar ni la contundencia de Françoise, pero para Picasso la compañera de su amor invernal. Du!ce, entregada, adoradora, a fuerza de veneración, llegará a conmoverlo y a obligarle a que la ame.»

Efectivamente, heredera de la posesión picassiana, el pintor está ya cogido en sus persuasivas redes, y al observar Las mujeres de Argel en todo su atractivo femenino, fundiría el impacto con la palpitante realidad de Jacqueline.

La casa de Vallauris se va poblando con las pinturas creadas en la primavera y el verano, escenas de Françoise y los niños, paisajes y doce retratos, dos de los cuales son de la joven francesa Sylvette Yelmek, peinada con cola de caballo, a la que interpreta en varias poses.

En 1954 se celebra en Sao Paulo una exposición retrospectiva de gran importancia. Pero él atiende más a su actualidad que a su obra pasada, y así prepara el decorado para el poema de García Lorca Canto fúnebre, presentado en el teatro 347 de París.

Desde la muerte de Eluard, Picasso piensa más en el enigma indescifrable, y se esfuerza en rehuir tal pensamiento. Su odio a la muerte aumenta con la desaparición de Matisse y la de Olga, en un sanatorio de Cannes. El obsesionante recuerdo de Matisse le conduce a pintar interiores y escenas de odaliscas, temas de su gran amigo y maestro. Jacqueline es para él una odalisca de carne y hueso, y la graba en matices gualdas, verde claro y lila, los colores preferidos de Matisse. Es una manera de serle fiel y de demostrar su cariño. Sin embargo, no acudió a los funerales ni dio el pésame a la familia. Marguerite Matisse, años más tarde, se quejaría a Brassaï de esta falta de delicadeza, pues ni atendió a los avisos telefónicos. Parece increíble que a una tercera llamada hiciese responder: «Monsieur Picasso no tiene nada que decir de Matisse, puesto que ha muerto.» La hija del gran pintor se resiste a creerlo, ya que sabía hasta qué punto consideraba Picasso a su padre.

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