XIII. El regreso a Venecia

En efecto, poco después de que Marco volviera de la India, llegó una embajada de Argón, el Il Khan de Persia, con la misión de encontrar para él una princesa mongol que fuera su esposa. El Gran Khan recibió amablemente a los embajadores y accedió a la petición de Argón, que era su bisnieto, porque lo estimaba mucho y nunca había tenido conflictos con él, al contrario de lo que le ocurría con otros parientes que gobernaban en las provincias del imperio. Entre las princesas de linaje mongol que había en la corte encontraron que la más apropiada era una jovencita de diecisiete años llamada Kokacin, descendiente de la última reina. Los embajadores partieron de Pekín con la princesa en 1289, muy satisfechos del éxito de su misión. Pero al cabo de ocho meses de viaje, llegaron a una región en la que había estallado la guerra y consideraron que era demasiado peligroso atravesarla llevando a la princesa, por lo que se vieron obligados a regresar a Pekín, a donde llegaron en 1290. Se encontraban ahora con el problema de cómo llegar hasta Persia. Entonces los Polo, que también se querían marchar, se ofrecieron a acompañarles, si el Gran Khan daba su consentimiento. Los embajadores le hicieron la petición a Kublai exponiéndole razones tan poderosas que no pudo negarse, cediendo, finalmente, y autorizando la salida de los Polo, pero haciéndoles prometer que volverían de nuevo, después de pasar una temporada en su patria. Para el viaje les proveyó de los famosos salvoconductos de oro, les confió papeles y mensajes para los reyes de España, Francia e Inglaterra y puso a su disposición doce naves de las mayores. Se embarcaron en Cantón con una dotación de quinientos hombres y provisiones para dos años y emprendieron el viaje.