LA actitud religiosa de Carlos V era una mezcla entre su apego a las tradiciones eclesiásticas, su fe inamovible en los dogmas de la Iglesia católica y su convicción de que era necesario acabar con los abusos y la corrupción que se habían adueñado de la Curia romana. Esta mezcla, un poco contradictoria en sí misma, motivaba, por un lado, la postura inflexible de Carlos respecto a las cuestiones fundamentales de la fe y, por otro, sus continuos intentos de lograr la conciliación mediante las negociaciones, el diálogo y los acercamientos de las diversas opiniones.
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