XII. La India

El mosaico político hindú

Retrato de Macro Polo en la primera edición impresa de El millón N. R. Public Library.

Marco Polo conoció el estado de fragmentación política en que se hallaba el país, pues nos habla de la existencia de cinco reinos. En cada reino gobernaba el rey, que estaba rodeado de unos súbditos tan fieles que los más allegados a él no vacilaban en arrojarse a su pira funeraria cuando moría para hacerle compañía en el otro mundo. El rey, cosa que extrañó mucho a Marco Polo, iba completamente desnudo excepto un taparrabos, pero en cambio se adornaba con joyas de pies a cabeza: «Va todo desnudo, como los demás, salvo que cubre su virilidad con un paño más rico que los demás y lleva un collar o más bien una franja de piedras preciosas. También lleva colgado del cuello un cordón con 104 perlas grandísimas y rubíes de gran valor. ¿Por qué 104 perlas y piedras? Porque está obligado cada mañana y cada noche a decir 104 plegarias o invocaciones a sus ídolos. Es lo que les manda la fe y las costumbres; así lo hicieron sus antepasados, y así lo hacen ellos, y por eso el rey lleva sus 104 perlas al cuello. En tres partes del brazo lleva además brazaletes de oro cuajados de piedras gordas y de gran precio. En las piernas lleva otros aros de oro con piedras finas también. En los dedos de los pies lleva anillos con piedras muy gruesas. Lleva, en fin, un tal tesoro en pedrerías, que vale lo que una ciudad entera. Y nadie podría estimar lo que aquello vale, y no es maravilla, pues todo eso se encuentra en su reino en cantidad».

En efecto: los tesoros que poseían los reyes de la India eran inmensos y se iban acumulando en cámaras generación tras generación, sobre todo en los estados del sur, que no habían sido invadidos en muchos siglos. Más tarde, cuando la colonización inglesa, esta región fue saqueada y empezaron a aparecer las cámaras del tesoro, haciendo pensar a los europeos que la riqueza de este país era mucho mayor que la real.

La práctica de su religión, que era principalmente el budismo, ofrecía ejemplos sobrecogedores de fanatismo, como por ejemplo el acto de la autoinmolación. Este sacrificio no era un castigo por haber cometido un crimen, según lo interpretó Marco Polo, sino una demostración de amor a determinado ídolo. El sujeto era conducido por toda la ciudad en una silla de manos hasta llegar al lugar donde se iba a celebrar la ceremonia; una vez allí se clavaba sucesivamente en diversas partes del cuerpo hasta un total de doce cuchillos, declarando en cada ocasión que lo hacía por devoción a aquel dios; finalmente se daba muerte con una especie de hoz cortándose él mismo la cabeza.


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