XII. Fiebre creadora con «Guernica» al fondo

Escultor, grabador…

En la primavera de 1935, el matrimonio con la Koklova llega a su punto final, aunque no consigue el divorcio a causa del rito ortodoxo de su casamiento: grave contrariedad porque Marie Thérése va a tener un hijo y quisiera reconocerlo. Separados al fin, Olga y el niño se trasladan al hotel California, desde donde ella sigue zahiriéndole con insultos y amenazas. Pablo, con su joven amiga, se instala en Boisgeloup, entregándose a esculpir figuras de grandes proporciones. Si Matisse fue de los primeros pintores que ejercieron la escultura, habría de ser Picasso quien mejor triunfara en tal aspecto. Sus figuras macizas impresionan ahora, como ya en 1914 impresionaron las frágiles y transparentes que ejecutó, del que una bella muestra es El vaso de ajenjo, realizada en bronce.

Dedicado también al grabado, llegaría en el género a una verdadera perfección. En la historia del grabado se consideran notables cuatro grandes pintores: Durero, Rembrandt, Goya y Picasso. El malagueño lo dejó bien demostrado. René Huyghe y Jean Rudel dicen al respecto: «…Desde la serie Obra maestra, realizada para Vollard en 1931, hasta la de Minotauromaquia, de 1935, es clara la tensión entre dos polos opuestos: la búsqueda de la belleza, obsesionado por el acierto griego que le atrae y al que rehúye y la trasposición mediante la cual la investigación plástica asegura la destrucción de ese acierto y la entrada en la aventura.»

Pero esta aventura picassiana del grabado se acompaña de su constante plástica, dedicándose ahora a una serie de figuras femeninas de marcada sensualidad, inspiradas por Marie Thérése. Está pletórico estética y humanamente.

Marie Thérése da a luz una niña a la que su padre llama Maya o Maia, que es en realidad María de la Concepción. Está satisfecho con sus dos hijos, entre quienes reparte su gran ternura.

Hacia el otoño vuelve solo a su piso de la Boetie, pero no puede trabajar en su estudio por haberlo clausurado Olga. El problema lo resuelve llenando las demás habitaciones de objetos y útiles de trabajo en incontrolado maremagno. Sin embargo, no soporta la soledad, no se encuentra a sí mismo y, al regresar Sabartés a París, casado nuevamente con una española, le ruega que vayan los dos a vivir con él. Acepta el buen amigo y se instalan en la Boetie, atendiéndole en todos los sentidos. Sabartés hace de todo, de secretario, de mayordomo, de guardaespaldas. Vigilando de cerca a Picasso se da cuenta de que no pinta apenas, sino que escribe hora tras hora, tratando de esconder lo escrito. Relacionado con los famosos del surrealismo —André Bretón, Louis Aragon, Robert Desnos, Eluard—, no es extraño que también él escriba una especie de hermética poesía mitad lírica mitad filosófica, sin puntuación alguna. Según luego explicaría a Sabartés, cada poema es para él como un cuadro pintado con palabras. Después de explayar sus pensamientos y sus sentimientos, oculta los papeles ingenuamente, se ofrece a copiarlos en limpio. No tardaría en darlos a conocer también a sus amigos surrealistas, declarándose André Breton decidido admirador del Picasso poeta, y publicando algunas de sus composiciones en Les cahiers d’Art.


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