XI. Un paréntesis para los descubridores

Acido racémico: pasión y condecoraciones

1852 es un año clave en la vida de Pasteur: conoce a Mitscherlich, quien le informa que un fabricante alemán ha logrado obtener el ácido racémico. Desde hace treinta años los investigadores lo persiguen como a un fantasma escurridizo. Es una verdadera obsesión para muchos científicos de la época. Pasteur, en los comienzos de su carrera, había determinado su composición, pero jamás pudo obtenerlo artificialmente. Ahora, el sabio intenta resolver la cuestión a través del ácido tartárico.

Con una carta de recomendación de Mitscherlich parte a entrevistarse con Fikentscher, un empresario sajón que obtiene el ácido racémico sin fabricarlo. Con la pasión que lo caracteriza, Pasteur llega a Leipzig. Es ese circuito de tres semanas que lo llevará a Zwickau, Dresde, Freiberg, Viena, Praga, visitando laboratorios, fábricas, universidades. Lleva tartratos en su maleta, porque suele ocurrir que no siempre el laboratorio está donde los tartratos, ni éstos donde los profesores. Confirma que los tartratos contienen ácido racémico pero que obtenerlo del ácido tartárico es tarea imposible.

Agotado, Pasteur debe volver a su cátedra de Estrasburgo. Allí prosigue la investigación en el laboratorio. Mientras tanto, Luis Napoleón es proclamado emperador de Francia. Situación conflictiva; pero todas las energías de Pasteur están puestas en el ácido racémico, de modo que ese acontecimiento no lo distrae demasiado. Ensaya, se rectifica, compara. Es impecable en su faena. Podríamos decir: implacable consigo mismo. Muy exigente. Y por fin, envía el siguiente telegrama a Biot: «Transformo ácido tartárico en ácido racémico.»

Ahora sí se permite descansar. Y, como siempre en circunstancias análogas, sus pasos lo llevan a Arbois, a la casa de su padre. Su modelo y su confidente. El ex sargento del Primer Imperio se conmueve: en la solapa de Louis cuelga el distintivo de la Legión de Honor. Es la misma condecoración que él obtuvo con sacrificios (de otra índole) cuando Francia se proponía regir los destinos del mundo.


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