XI. Un cuadro memorable

Una crítica demasiado severa

Con una severidad acaso desmedida y no del todo comprensible, Van Rappard criticó muchas cosas a vuelta de correo. No estaba de acuerdo con la obra: la mano de la mujer en segundo plano le pareció irreal, absurda; le pareció que ni la cafetera ni la mano colocada sobre el asa se relacionaban bien: le pareció que los brazos del hombre situado detrás de la mesa eran anormalmente largos. También criticó el tono «demasiado oscuro» de la obra. Esto fue lo que menos le gustó. Van Rappard vivía dedicado a estudiar el impresionismo, fascinado por los colores vivos… Y Van Gogh consideró que su crítica era sencillamente desaforada, malintencionada incluso. Le devolvió la carta, y la antigua amistad entró en crisis.

A pesar del juicio negativo de Van Rappard, Los comedores de patatas es una obra maestra. Van Gogh no llegó a realizarla —¿hace falta decirlo?— por casualidad. ¡Mucho debió trabajar para reflejar a los campesinos exactamente como él los sentía! Esto no fue fácil. Ni pudo hacerse con una pintura bonita y colorida, perfecta desde un punto de vista académico.

«Sería un error, a mi parecer, el dar a una pintura de aldeanos una pulcritud convencional. Si una pintura de aldeanos huele a grasa, a patatas, ¡perfecto!»

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