XI. Días de la pobre muerte

EL ser humano, sensitivo al dolor y a la felicidad, tiene su eje de equilibrio en la expresión de los poetas. Gabriela Mistral fue uno de esos puntos claves e imponderables que sirvió de centro vital en los años que le tocó vivir. Representa indiscutiblemente, sin proponérselo, los aspectos más esenciales de América, a los seres innumerables que se expresan en un mismo idioma y que se sienten a través de ella ennoblecidos. «Lo que el artista hace por su pueblo es lo que hace el alma por el cuerpo», afirma, definiendo así la fuerza que la mueve. Se desplaza por su América desde cualquier punto, llegando como una madre a poner orden, organizar, aconsejar a sus hijos, dejando aquí y allá el fruto de sus experiencias. Y como bien la retrata Fernando Alegría: «Su actitud, mueve a las multitudes, transforma a los individuos y llega a ser una fuerza social de ímpetu admirable. Gabriela fue una misión educativa andante. A su paso nacían las escuelas y se alzaban de la nada...

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