VIII. Doctor universalis

Capacidad de trabajo

Como acabamos de decir, lo primero que llama la atención ante la obra de Santo Tomás es la abundancia de su producción. Sin duda, es uno de los autores más fecundos no sólo por su obra de comentario, sino también de creación personal.

Y hay que decir que su obra no es fruto de improvisación superficial. Por los autógrafos que nos quedan de sus manuscritos, sabemos que están «llenos de enmiendas, tachaduras, supresiones y adiciones». Hay trozos que han pasado por tres y cuatro redacciones. Con una letra corrida y casi taquigráfica nos muestra una pluma ágil y nerviosa, fruto de la fuerza del pensamiento. Hasta los últimos años de su vida lo escribe él todo. Después, tres y a veces cuatro amanuenses redactan lo que él ha preparado en croquis o notas amplias.

Esta fecundidad literaria se debe a dos factores principales a los que ya aludimos brevemente en el capítulo anterior: su capacidad de trabajo y su inteligencia prócer unida a una memoria prodigiosa.

«El tiempo de su vida —nos dice su primer biógrafo— lo distribuyó tan provechosamente que fuera del breve tiempo que concedía al sueño o a la refección de su cuerpo, lo demás lo empleaba en la oración, la enseñanza… en escribir y dictar cuestiones…» «Paseando por el claustro y por el jardín, empleaba… el tiempo en sus habituales meditaciones y especulaciones.» Sus biógrafos han podido precisar un promedio de dieciséis a dieciocho horas de trabajo diarias.

A esta capacidad de trabajo hemos de añadir su prodigiosa memoria, curiosidad insaciable y capacidad intelectual.

«Fue… de una memoria extraordinaria, de tanta capacidad retentiva que una simple lectura le bastaba para conservar siempre lo leído: de modo que parecía que en su alma se producía continuamente la certeza de las cosas sabidas.» Sabemos que poseía de memoria toda la Biblia y las Sentencias de Pedro Lombardo. Algo parecido podemos afirmar respecto a las obras de Aristóteles, del Pseudo Dionisio y de San Agustín. En la Suma Teológica, de manera particular, encontramos citas de este último que reproducen pasajes de las obras del doctor de Hipona sin citarle expresamente. Por lo demás, el uso que hace de los testimonios ajenos no es abrumador, sino espontáneo, oportuno y perfectamente ensamblado dentro del pensamiento del propio autor.

Esta memoria fidelísima al servicio de su pensamiento y de su discurso se encontraba estimulada por una curiosidad insaciable. Ya vimos cómo se procuró a lo largo de su vida «nuevas y mejores traducciones de las obras de Aristóteles, que a sus ruegos hizo el dominico Guillermo de Moerbeke. «Hice traducir al latín —nos confiesa él mismo— algunas exposiciones de los doctores griegos.»

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