LÓGICAMENTE, al señor Kafka no se le escapaba el hecho de que su hijo, aparte de las horas de clase en la Facultad, se pasaba muchísimo tiempo leyendo o dando vueltas por ahí. Y lo que al principio fue sospecha se transformó en certeza: concluyó que su hijo perdía el tiempo de la manera más lamentable. Y mucho le hubiera gustado que lo invirtiese productivamente, ayudándole en la tienda. Toda la familia giraba alrededor de la dichosa mercería, menos ese enigmático joven que ya pasaba de los veinte años. ¿Por qué no les echaba una mano? Era inútil: Franz Kafka se las arreglaba para eludir a su padre. ¿Ayudar en la tienda?
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