VII. Una gran humanidad

Entre la ausencia y la vigilancia

Después de este aspecto físico que tanto impresionó a sus contemporáneos, tenemos que hacer constatar su permanente ausencia y distancia. Siempre ocupado de algo y de alguien. Examinando los retratos que los pintores han hecho de él —Rafael, Ghirlandaio, etc.— vemos unos ojos llenos de fuego; son vivos y muy italianos. El hombre está pensando acerca de algo, y algo que ha llegado a una crisis, no acerca de nada o acerca de cualquier cosa, o lo que es peor, acerca de todas las cosas. Debió de haber esa ardiente vigilancia en sus ojos en el momento antes de golpear la mesa y asustar a los comensales del rey.

Esta actitud de perpetua ausencia o de perpetua vigilancia le hacía buscar constantemente la soledad y el silencio. «Una de sus principales recreaciones corporales era pasear sólo por el claustro, con la cabeza levantada.» «Cuando los hermanos lo llevaban de recreo al jardín, él enseguida se volvía solo, todo abstraído y se retiraba a la celda.»

¿Cómo interpretar este silencio, esta distancia y ensimismamiento de Tomás? «Sus sueños eran sueños diurnos, lo eran acerca del día, y sueños del día de batalla. Como los del galgo, eran sueños de caza, de perseguir al error como de perseguir la verdad, de seguir todas las torceduras y revueltas de la falsedad evasiva…» Tenemos así que esta perpetua distancia, ausencia, se convierte en la práctica en una presencia y vigilancia práctica. Es un lebrel olfateando y buscando constantemente la verdad.

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