VII. Una familia para Rousseau

La rapiña familiar

Lástima que con el poco dinero que le quedaba a Jean-Jacques los dos no pudiesen vivir tranquilos. Es más, ese poco se iba agotando rápidamente. Porque en realidad no eran dos, sino tres, y después ocho o diez. Si Teresa era de un desinterés ejemplar, su madre en cambio no era así. En cuanto se vio un poco aliviada por los ingresos que venían de Rousseau, hizo traer a todos sus hijos, a los nietos, primos y hermanas. Todo el esfuerzo de Jean-Jac-ques y Teresa era malversado por la vieja en favor de los parientes hambrientos y haraganes. El destino de Jean-Jacques parecía estar condenado a que todo cuanto hiciese por la persona a la que quería fuera aprovechado por otros. Con madame de Warens sus ahorros se perdían en socorrer a vagabundos y aprovechados. Con Teresa su madre se encargaba de dilapidar lo que tenían, en beneficio de toda la familia. Resultaba así que la hija más pequeña de madame Le Vasseur —Teresa—, la única que no tenía dote, era la que alimentaba a su padre y a su madre, y después de haber sido golpeada durante mucho tiempo por sus hermanos, e incluso por sus sobrinas, esta pobre muchacha ahora se dejaba saquear por todos ellos. Como los sobrinos llamaban tía a Teresa, Jean-Jacques se acostumbró a llamarla «tía», lo que muchas veces provocó las chanzas de sus amigos.

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