Vidas paralelas: Galba y Otón

Galba

I. Ifícrates Ateniense deseaba que el soldado estipendiario fuera codicioso y amigo de placeres, para que, buscando dar cebo y satisfacción a sus apetitos, peleara con mayor arrojo; pero los más lo que desean es que el cuerpo del soldado, aunque robusto y fuerte, no use nunca de impulso propio, sino que se mueva con el impulso del general. Así se dice de Paulo Emilio, que habiendo encontrado el ejército romano de Macedonia lleno de charlatanería y curiosidad, metiéndose todos a echarla de generales, les previno que de lo que debía cuidar cada uno era de tener la mano pronta y la espada afilada, y lo demás dejarlo de su cuenta. Platón, que no veía que un emperador o general pudiera hacer nada provechoso si el ejército no era moderado y de sus mismos sentimientos, y que pensaba que la virtud obediente no exigía menos que la virtud regente una índole generosa y una educación filosófica, que con lo benigno y humano templara lo iracundo e impetuoso, tiene en otros muchos hechos, y en lo ocurrido a los Romanos después de la muerte de Nerón, testimonios y ejemplos de que nada hay más temible en el Imperio que las fuerzas militares, cuando, faltas de disciplina, se arrojan a hechos desordenados y temerarios. Porque Demades, muerto Alejandro, comparaba el ejército de los Macedonios, al ver sus extraños e insanos movimientos, al Cíclope después que le cegaron: y al imperio romano le acometieron agitaciones y accidentes como los de los Titanes, partiéndose en fracciones y volviéndose contra sí mismo en diferentes partes, no tanto por la ambición de los que eran nombrados y saludados emperadores como por el ansía de enriquecer de la soldadesca, que, como sucede con los clavos, hacía que los caudillos se expulsaran mutuamente unos a otros. Y si Dionisio a Polifrón de Feras, que rigió diez meses a los Tésalos y después fue muerto, le llamaba tirano de tragedia, aludiendo con chisto, a lo breve de la mudanza, en más corto tiempo recibió el palacio, residencia de los Césares, a cuatro emperadores, introduciendo ahora a uno como en la escena y expeliéndolo al cabo de poco. Un consuelo siquiera tenían en esto los que sufrían, y era que no había necesidad de otra venganza contra los autores, sino que los veían muertos los unos a manos de los otros, y el primero justísimamente aquel que cebó y enseñó a esperar de la mudanza de un César, tanto como era lo que él había prometido, desacreditando la obra más laudable y haciendo que mereciera ser de traición calificada, por el precio que intervino, la sublevación contra Nerón.

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