VI. Los Dioses Blancos

Introducción

LOS tlascaltecas no habían aún dejado el campamento cuando se anunció la llegada de una embajada de Moctezuma. La noticia de las hazañas de los españoles se había extendido por toda la meseta. El emperador, sobre todo, había seguido cada uno de sus pasos, observando con inquietud sus progresos, desde la falda de las cordilleras y a lo largo de los declives hasta la gran terraza que las coronaba. Con gran satisfacción había visto a los españoles tomar la ruta de la república de Tlascala, donde si eran mortales debían de encontrar su tumba. Grande fue su espanto cuando correo tras correo le llevaron la noticia de sus victorias, cuando supo que la espada de este puñado de extranjeros había dispersado a los más famosos guerreros de la meseta, como el viento barre las hojas secas.

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