V. Miguel Ángel, pintor

La bóveda de la Sixtina

«…nunca se vio obra, ni de antiguos ni de otros modernos, que llegase a tan alta cima», afirma Benvenuto Cellini refiriéndose a la bóveda pintada por Miguel Angel. Y no es que la Capilla estuviese ni mucho menos privada de otros nombres ilustres que intervinieron en su decoración, ya que Sixto V, para cubrir de frescos las paredes, llamó a Roma a los mejores pintores del Quattrocento y todavía en la parte baja pueden contemplarse composiciones de Botticelli, Ghirlandaio, Perugino, etc.

Volviendo a la forma en que Miguel Angel se las arreglaba para llevar adelante su trabajo en la Sixtina, ya hemos visto que era realmente dificultosa. Pues bien, Bramante, uno de sus enemigos más declarados, todavía había pretendido que fuera peor y con tal propósito hizo instalar un andamio suspendido que resultaba totalmente inadecuado. Comprendiéndolo así, Miguel Angel pidió y obtuvo autorización de Julio II para hacerlo a su manera, es decir, instalándolo sobre puntales, de modo que no tocase la pared, sistema que, como es sabido, continúa utilizándose aunque, como es lógico, perfeccionado. Además hizo dar a un pobre carpintero, que rehizo el andamio, tantas cuerdas del andamio anterior, que vendidas por el buen hombre, según cuenta Vasari, pudo reunir la dote para una hija suya.

«El primer proyecto que hice para esta obra — escribía Miguel Angel a su amigo Fattucci—, tenía doce apóstoles en los medallones; el resto era cierto espacio que debía llenarse con detalles ornamentales al modo usual. Después de empezar, me pareció que la obra resultaría mezquina, y dije al papa que los Apóstoles sólos harían un pobre efecto a mi parecer. Preguntóme por qué. Contestéle: «Porque también ellos eran pobres.» Entonces me dio el encargo de hacer lo que mejor me pareciese y prometió satisfacer lo que le pidiese por mi trabajo, y me dijo que pintara las historias en la hilera inferior».

Más Julio, al parecer, era bastante olvidadizo en cuestiones de dinero, pues más adelante, ya ocupado seriamente en la Sixtina, Miguel Angel escribe, quejándose a su padre: «Me hallo todavía en gran angustia de espíritu, pues hace ya un año que no recibo un ardite del Papa; y no pido nada, porque mi trabajo no progresa de forma que me parezca merecerlo. Esto es debido a sus dificultades y también a no ser este mi oficio. Y así pierdo mi tiempo sin resultados. Dios me ayude.»


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