V. La entrega a los demás y una amarga soledad

Amar al prójimo más que a sí mismo

Ester, la mujer del panadero, casi no pudo dar crédito a sus ojos cuando fue a visitar a su antiguo huésped: Van Gogh ni siquiera tenía cama en su nuevo alojamiento. Dormía sobre un elemental montón de paja húmeda. Este montón era el símbolo de todas sus privaciones. Van Gogh rehuía todas las comodidades, aún la más elementales, a excepción de su pipa. Desde el primer momento se dedicó, sistemáticamente, a dar todo su dinero. Poco más tarde, empezó a regalar sus ropas. La desnudez del prójimo le resultaba intolerable. Su proceso de identificación con el sufrimiento de los mineros fue muy rápido y muy sincero. Si sus fieles vivían en la miseria, ¿cómo iba él, el pastor, a vivir rodeado de comodidades? Por allí se le veía andar con una vieja guerrera de soldado raída por el uso y una gorra sin forma, sucio él mismo de carbón de pies a cabeza. Y pronto se le vería sin la guerrera, pues la habría regalado. Y lo mismo que con esta prenda ocurriría con sus zapatos. A los pocos meses, Van Gogh iba descalzo. Pronto se quedaría sin camisa. Consta que el panadero Denis y su mujer se asombraron tremendamente cuando lo descubrieron haciéndose una camisa con papel de embalaje.

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