Una mansa tranquilidad se apoderó de él cuando escuchó aquellas palabras y vio la mirada tierna de madame de Warens. Esta dispuso que se quedase a vivir en su casa. «Que digan lo que quieran, pero ya que la Providencia me lo devuelve, no estoy dispuesta a abandonarlo». Sin importarle las murmuraciones del pueblo, dispuso que la sala se transformase en dormitorio. Cuando se abrieron las ventanas, volvieron a aparecer los colores del campo que se extendía detrás del canal.
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