Un milagro para el desayuno

A las seis en punto ya esperábamos el café,esperábamos el café y la migaja caritativaque iban a servirnos desde cierto balcón—como reyes antiguos, o como un milagro.Todavía estaba oscuro: un pie del solse posó en una larga onda del río. El primer ferry del día acababa de cruzar el río.Con tanto frío, confiábamos en que el caféestuviera muy caliente —ya que el solno prometía ser tibio— y en que la migaja fueraun pan para cada cual, con mantequilla, por milagro.A las siete, un hombre salió del balcón. Permaneció un minuto, solo, en el balcónmirando hacia el río por encima de nuestras cabezas.Un sirviente le alcanzó los elementos del milagro:una simple taza de café y un panecilloque él se puso a desmigajar —su cabezaliteralmente entre las nubes, junto al sol. ¿Estaba loco el hombre? ¿Qué cosas bajo el solintentaba hacer, allá arriba en su balcón?Cada cual recibió una migaja, más bien dura,que algunos arrojaron desdeñosos al río,y en una taza...

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