Tristana: 16

Capítulo XVI 16 Pág. 16 de 29 Tristana Benito Pérez Galdós Como contrapeso moral y físico de la enormísima exaltación de las tardes, Horacio, al retirarse de noche a su casa, se derrumbaba en el seno tenebroso de una melancolía sin ideas, o con ideas vagas, toda languidez y zozobra indefinibles. ¿Qué tenía? No le era fácil contestarse. Desde los tiempos de su lento martirio en poder del abuelo, solía padecer fuertes ataques periódicos de spleen que se le renovaban en todas las circunstancias anormales de su vida. Y no era que en aquellas horas de recogimiento se hastiara de Tristana, o tuviese dejos amargos de las dulzuras del día, no; la visión de ella le acosaba; el recuerdo fresquísimo de sus donaires ponía en continuo estremecimiento su naturaleza, y antes que buscar un término a tan abrasadoras emociones, deseaba repetirlas, temeroso de que algún día pudieran faltarle. Al propio tiempo que consideraba su destino inseparable del de aquella...

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