Tristana: 09

Capítulo IX 09 Pág. 09 de 29 Tristana Benito Pérez Galdós Todo esto, y otras cosas que irán saliendo, se lo contaba Horacio a su damita, y esta lo escuchaba con deleite, confirmándose en la creencia de que el hombre que le había deparado el Cielo era una excepción entre todos los mortales, y su vida lo más peregrino y anómalo que en clase de vidas de jóvenes se pudiera encontrar; como que casi parecía vida de un santo digna de un huequecito en el martirologio. «Cogiome aquel suceso -prosiguió Díaz- a los veintiocho años, con hábitos de viejo y de niño, pues por un lado la terrible disciplina de mi abuelo había conservado en mí una inocencia y desconocimiento del mundo impropios de mi edad, y por otro poseía virtudes propiamente seniles, inapetencias de lo que apenas conocía, un cansancio, un tedio que me hicieron tener por hombre entumecido y anquilosado para siempre... Pues, señor, debo decirte que mi abuelo dejó un bonito caudal, amasado...

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