Todos los años de nieve

Lorenzo Corbala puso al viejo en la carretilla. Lo tapó, luego, con una manta y comenzó a andar empujando. Rechinaba la rueda, como nunca. Por el frío. La descubierta cabeza del viejo apuntaba a Corbala, se mecía como la de un niño en su cuna. Todos los ruidos que había en la tierra esa mañana, menos el de la rueda, morían aplastados por la plancha gris del cielo. Atravesó Corbala la tristeza de las calles, la desolación de las esquinas, hasta llegar al llano. Ahí se detuvo. Quitó sus manos ateridas de los mangos de la carretilla y se las metió en las bolsas del saco. Delante tenía la boca del camino que se perdía entre los mezquites. La miró largo, con desesperanza. Estaba dura del hielo de la noche anterior. También vio que las espinas, heladas, brillaban como cuchillos. Se le acercó al viejo. El viejo tenía los ojos cerrados. Corbala le contempló el matorral de pelos de la oreja a la intemperie. Eran como raíces chupando el aire. El viejo lo sintió. Abrió los...

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