Tiempo de calor

—¿Otra vez? —preguntó Cristina, entre sueños. —Son los de arriba —le dije a media voz, atormentado por el calor, con ganas de volver a dormir. —No, Chato, es aquí, en el baño del pasillo. —¿Dejaste abiertas las llaves? —¿Cómo crees? Es la regadera. Clarito se oye cómo está corriendo el agua. El despertador marcaba las 3:24. La calle estaba desierta. El cielo se veía despejado, con estrellas. Nada sino el agua se oía en el departamento. —Será otra cosa —dije ya puesto de pie, mientras tardaba más de lo que hacía falta poniéndome las zapatillas—. Todavía no conocemos bien los ruidos de la casa. —¿Quieres que te acompañe? Salí sin decir ya nada. Hacía tanto calor que no me puse el saco del piyama. La duela del corredor crujía a mi paso. Con la palma extendida me sequé el sudor de la frente y el cuello. Las plantas erizadas ante la ventana de la terraza daban a la casa una silueta selvática que acentuaba el bochorno de la madrugada....

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