Según Evaristo

Los años no han logrado gastarme el recuerdo de Evaristo. Ahora andará en el polvo, con el sol sobre los ojos para siempre. Hoy se levanta en los míos. Baja suavemente a mi alma, como buscando la penumbra de un alero. No ha cambiado un ápice. Ya lo dije. Es el mismo. De donde llega trae el perfume de las fuertes soledades; le brota de todo el cuerpo esbelto al menor movimiento que hace. Cuando habla, acompaña sus palabras y sus gestos, como un viento de aguas escondidas. Mi padre era su amigo. Lo conoció y comenzó a tratar en otro pueblo, cuando era un joven herbolario. Mi padre lo conoció en el negocio, detrás de un cajoncito para el dinero de la venta: allí se pasaba el día de la mañana a la tarde, a las últimas horas de la tarde. No dejaba el cajoncito ni para ir a comer. Hacia el mediodía, la mujer salía del negocio para traerle comida de un restaurant en una cacerola. El herbolario despachaba rápido el revoltijo y luego volvía, con un eructo final, a su...

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