Sancho Saldaña: 35

Capítulo XXXV 35 Pág. 35 de 49 Sancho Saldaña José de Espronceda Adiós por siempre, ¡oh sol!, naturaleza del mundo entero, adiós. ¡Ah! No más sufra yo el triste peso de la amarga vida, para mí de pesares tan fecunda. ¡Oh, muerte! escucha mi postrer plegaria: ven, oh sueño eternal, ven en mi ayuda. EUGENIO OCHOA, La muerte del Abad. Cuando el judío se arrojó en medio del tribunal a abrazar a su hija, acababa de entrar hacía poco en la sala, y habiendo preguntado a uno de los espectadores, hombre ya viejo y que parecía por sus modales haber sido en otro tiempo soldado, qué hacía allí aquella gente reunida, éste, después de satisfacer su curiosidad, le refirió, además, cómo él conocía a la acusada hacía ya algunos años. Esta conversación ofrecía tanto interés para el viejo hebreo, que no pudo menos de preguntarle dónde y cuándo la había conocido; a lo que respondió el soldado, que justamente lo era de la guarnición de...

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