Quinto Libro de La Galatea: 14

No pudo acabar Timbrio el comenzado soneto, porque el oír Silerio su voz y el conocerle todo fue uno; y, sin ser parte a otra cosa, se levantó de do sentado estaba y se fue a abrazar del cuello de Timbrio, con muestras de tan estraño contento y sobresalto que, sin hablar palabra, se transpuso y estuvo un rato sin acuerdo, con tanto dolor de los presentes, temerosos de algún mal suceso, que ya condemnaban por mala el astucia de Tirsi; pero quien más estremos de dolor hacía era la hermosa Blanca, como aquélla que tiernamente le amaba. Acudió luego Nísida y su hermana a remediar el desmayo de Silerio, el cual, a cabo de poco espacio, volvió en sí diciendo: -¡Oh poderoso cielo! ¿Y es posible que el que tengo presente es mi verdadero amigo Timbrio? ¿Es Timbrio el que oigo? ¿Es Timbrio el que veo? Sí es, si no me burla mi ventura, y mis ojos no me engañan. -Ni tu ventura te burla, ni tus ojos te engañan, dulce amigo mío -respondió Timbrio-, que yo soy el que sin ti no...

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