Patriarca

-La bendición, tata. -Dios te haga bueno, hijo. -Tata, aquí está un señor que dice que quiere hablar con usted. El anciano, gaucho alto y fornido, de ancha barba blanca, erguido todavía, en su traje criollo, a pesar de sus 80 años, se levantó de la silla de paja, desde la cual, en el umbral de la puerta principal de la casa, seguía con cariñosos ojos, algo velados ya por el crepúsculo de la noche eterna, cuya hora paulatinamente se acercaba, los infantiles juegos de la cuarta generación de su sangre. -Pase usted adelante, señor -le dijo al visitante-, y tome usted asiento. Marianito, tráete una silla. Ana, un mate. Y el forastero, comerciante del Azul, introducido por el hijo menor del anciano, hombre ya de veintiocho años, se acercó, saludó, se sentó, y, ofreciendo al viejo un cigarro, prendió otro y empezó a fumar, callado, pensativo, y como cortado. Es que la sola vista del patriarca, el aspecto de la modesta morada, repleta de familias, desbordando de...

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