Narváez : 6

Narváez Capítulo VI de Benito Pérez Galdós De mediano talante estuve toda la mañana, pues el grato efecto de la visita al Castillo se me convirtió en amargura viendo a María Ignacia muda y cavilosa, metida en sí, cual si una idea pesimista esclavizara su pensamiento. Sagaz observadora mi madre, al pasar junto a nosotros, murmuraba: «¡Cuando digo yo que hay demonios!». Con su sombría tristeza efectuaba María Ignacia una violenta reversión a los días pasados; se parecía más a mi novia que a mi mujer; creyérase que se le disipaba la recién adquirida gracia, y que se extinguían los chispazos de inteligencia, volviendo a imperar el mohín de niña vergonzosa y la desapacible estolidez de los días en que se me propuso el casorio. De sobremesa, se me antojó romper el silencio que mi mujer y yo guardábamos, convencido de que callando no íbamos a ninguna parte, y de que las explicaciones razonables disiparían aquella nube. Y antes de que yo dijese lo que decir...

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