Miguel Strogoff: Segunda Parte: Capítulo XV
Conclusión
Miguel Strogoff no estaba, no había estado nunca ciego. Un fenómeno puramente humano, a la vez físico y moral, había neutralizado la acción de la lámina incandescente que el ejecutor de Féofar-Khan había pasado por delante de sus ojos.
Se recordará que en el momento del suplicio, Marfa Strogoff estaba allí, tendiendo las manos hacia su hijo. Miguel Strogoff la miraba como un hijo puede mirar a su madre cuando es por última vez.
Subiéndole del corazón a los ojos, las lágrimas que su valor trataba en vano de reprimir se habían acumulado bajo sus párpados y, al volatilizarse sobre la córnea, le habían salvado la vista. La capa de vapor formada por sus lágrimas, al interponerse entre el sable al rojo vivo y sus pupilas, había sido suficiente para anular la acción del calor. Es un efecto idéntico al que se produce cuando un obrero fundidor, después de haber mojado en agua su mano, la hace atravesar impunemente un chorro de metal fundido.
Miguel Strogoff...
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