Madrepoltrona

Luisito volvió a casa al sonar el cañón de mediodía. Estaba jadeante y desgarrado. Había recorrido el trayecto a toda carrera. Mientras forzaba los músculos de las piernas para derrotar a los minutos, un granuja que pasaba cantando en medio de la calle le había gritado desde lo alto de su triciclo: “¡Pero qué bonita bandera vas ondeando!”. Luisito se llevó la mano al trasero y sintió en la palma la frescura de las nalgas. Con un escalofrío que recorrió toda su espalda, imaginó la escena en casa por la rotura del pantalón, pero aceleró el paso. Las lecciones habían terminado a las diez. Luisito y todos los condiscípulos de tercero se dirigieron al Prado del Abad Muerto, guiados por Pastita, su jefe. Los de cuarto año los estaban esperando ya junto a su jefe Lorí. Ni tardos ni perezosos, los contendientes de ambas escuadras enemigas echaron mano a sus hondas. La batalla fue muy cruenta, y antes de la lucha cuerpo a cuerpo, Luisito tenía ya una herida en lo...

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