Los tres mosqueteros: Capítulo XI

Los tres mosqueterosLa intriga se anuda de Alejandro Dumas (padre) Una vez hecha la visita al señor de Tréville, D'Artagnan tomó, todo pensativo, el camino más largo para regresar a su casa. ¿En qué pensaba D'Artagnan, que se apartaba así de su ruta, mirando las estrellas del cielo, tan pronto suspirando como sonriendo? Pensaba en la señora Bonacieux. Para un aprendiz de mosquetero, la joven era casi una idealidad amorosa. Bonita, misteriosa, iniciada en casi todos los secretos de la corte, que reflejaban tanta encantadora gravedad sobre sus trazos graciosos, era sospechosa de no ser insensible, lo cual es un atractivo irresistible para los amantes novicios; además, D'Artagnan la había liberado de manos de aquellos demonios que querían registrarla y maltratarla, y este importante servicio había establecido entre ella y él uno de esos sentimientos de gratitud que fácilmente adoptan un carácter más tierno. D'Artagnan se veía ya, ¡tan deprisa caminan los sueños...

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