Los tres mosqueteros: Capítulo LXV

Los tres mosqueterosEl juicio de Alejandro Dumas (padre) Era una noche tormentosa y lúgubre, gruesas nubes corrían por el cielo velando la claridad de las estrellas; la luna no debía aparecer hasta medianoche. A veces, a la luz de un relámpago que brillaba en el horizonte, se vislumbraba la ruta que se desarrollaba blanca y solitaria; luego, apagado el relámpago, todo volvía a la oscuridad. A cada momento Athos invitaba a D'Artagnan, siempre a la cabeza de la pequeña tropa, a ocupar su puesto, que al cabo de un instante abandonaba de nuevo; no tenía más que un pensamiento: ir hacia adelante, e iba. Cruzaron en silencio la aldea de Festubert, donde se había quedado el doméstico herido, luego bordearon el bosque de Richebourg; llegados a Herlies, Planchet, que seguía dirigiendo la columna, torció a la izquierda. Varias veces, lord de Winter, Porthos o Aramis, habían tratado de dirigir la palabra al hombre de la capa roja; pero a cada pregunta que le había sido...

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