Los duendes de la camarilla : 22

Los duendes de la camarilla Capítulo XXII de Benito Pérez Galdós Desarmada Lucila, Domiciana se vio salvada, y celebró mentalmente su triunfo sin dar a conocer su alegría. Menos cauta la otra y de escaso talento histriónico, dejó ver su desconsuelo por la distancia entre su mano y el arma. «Me ha cortado la acción: ya no me tiene miedo -dijo para sí clavando sus miradas en la cerera-. Pero no le vale... La mataré otro día si me engaña, para que no engañe a nadie más». Recobró Domiciana el timbre neto de su voz, de la cual solía decir Centurión: «Es dulce y dura como el azúcar piedra». Con dureza dulce, dijo la exclaustrada: «Amiga querida, debiera yo ser un poco severa contigo, pues lo que has hecho, en verdad que no te recomienda; pero te quiero tanto, que sin sentirlo me voy al perdón... Ahora sabrás, ahora te contaré... verás quién es y cómo se porta esta tu amiga, esta mala mujer, a quien querías matar...». Dejó el sillón con ademán de...

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