Los Ayacuchos : 38
Los Ayacuchos Capítulo XXXVIII
de Benito Pérez Galdós
Dos minutos tardaron en estar al habla, en saludarse con exclamaciones de alegría loca y en darse apretadísimos y palmeteantes abrazos. Según afirmaron los reverendos, a la media hora de andadura encontrarían a las niñas, que, paseando despacito, venían por la vega de Samaniego, y ya la impaciencia de los dos caballeros no pudo conceder a la cortesía más que breves segundos. «Dejen las borricas y métanse en el coche -dijo Calpena a los curas-, que nosotros nos adelantamos al trote...».
Así lo hicieron. «Y ahora, ¿dudas? -fue lo único que D. Fernando dijo a su compañero.
-Hombre, espérate un poco. ¿Ves algo?
-Es pronto todavía. Como tenemos el sol enfrente, su resplandor nos encandila. ¿Ves tú algo?
-¿Qué he de ver, ajos de Corella, si me estoy quedando ciego?
-¿Has mirado fijo al sol?
-Sí... hombre... me pareció ver en el sol una cara que me decía que no desconfiara más...».
Paró...
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