Los Ayacuchos : 37

Los Ayacuchos Capítulo XXXVII de Benito Pérez Galdós Trastornado, en efecto, parecía el buen Hércules. Su voz no era clara ni segura, ni sus ideas las de un hombre en perfecto equilibrio cerebral. «Vente conmigo -dijo a su compañero, cogiéndole por el brazo-, y sabrás lo que pasa. Sigue la broma del Destino, chico, y con tal furor desata los bienes sobre nosotros, que debemos apresurarnos a llegar al fin, antes que venga el estacazo. Démonos prisa... y nada de rezos por ahora. Tiempo habrá... Pues oye: acababas de salir para echarte a rodar en busca de la iglesia, cuando llegó a la posada un propio, mandado por nuestras damas... -¡Jesús!... ¿Y no se han muerto? -¡Qué se han de morir, si están las dos buenísimas, como dos manzanas, como dos soles, y hoy de mañanita salen para Samaniego, donde nos esperan! -Fernando, Fernando, más loco que yo, no me traigas esos cuentos, que me vuelve otra vez el terrible espanto, el miedo al Destino. Imposible que de aquí...

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