Las vírgenes locas: 3
Las vírgenes locas
de Vicente Blasco Ibáñez
Capítulo III
Detrás de la línea de combate, en un hospital instalado en un castillo ruinoso, encontré meses después á la última virgen loca.
No la hubiese reconocido. Pasó por una avenida del parque, casi saltando, con la toca revoloteante y moviendo bajo la blanca falda el ágil compás de sus piernas enjutas. Llevaba en las manos pálidas y transparentes un paquete de ropas. Su nariz y sus orejas brillaban con una claridad de vidrio sonrosado bajo la luz del sol. Parecía un cuerpo diáfano, con la transparencia malsana de la miseria física. Toda la vida se concentraba en sus ojos.
Un médico militar que venía conmigo me confirmó su identidad.
—Es la señorita de Maxeville: una joven del gran mundo antes de la guerra.
El doctor sólo la conocía algunos meses. Había presenciado la muerte de la otra, una muerte horrible, cuyo recuerdo le estremecía aún. Se había contaminado al curar las heridas de un moribundo...
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