Las tormentas del 48: 29

Las tormentas del 48 Capítulo XXIX de Benito Pérez Galdós Entró mi hermano de la calle, y al punto que sentí sus pasos, le llamé y le dije: «Agustín, cuando quieras, puedes visitar a los señores de Emparán y pedirles para mí la mano de su hija María Ignacia. Mi determinación, claramente revelada por la firmeza con que la expresé, colmó de júbilo a mi hermano, que aturdido me dijo: '¡Ay, qué sorpresa tan grata me das...! Si te parece, voy ahora mismo. El llanto sobre el difunto, Pepe... ¡No vayas a arrepentirte!... Sí, sí, voy... Me pongo la levita nueva, el sombrero nuevo... Todo nuevo...'». Entraba en aquel punto Sofía, que de labios de su feliz consorte oyó la noticia en el oscuro pasillo, y vino a mí con los brazos en cruz, y antes que yo pudiera zafarme, me cogió y estrujó contra el colchón de su exuberante pecho... Sentí en mi cuello y rostro la fofa blandura, el crujir de ballenas, y alguna de éstas me hizo daño. «¡Ay, mírame: se me...

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