La viejecita
La viejecita
de Evaristo Carriego
Sobre la acera, que el sol escalda,
doblado el cuerpo -la cruz obliga-
lomo imposible, que es una espalda
desprecio y sobra de la fatiga,
pasa la vieja, la inconsolable,
la que es apenas un desperdicio
del infortunio, la lamentable,
carne cansada de sacrificio.
La viejecita, la que se siente
un sedimento de la materia,
desecho inútil, salmo doliente
del Evangelio de la Miseria.
Luz de pesares, propios o ajenos,
sobre la pena de su faz mustia
dejan estigmas, de dolor llenos,
entristeciendo su misma angustia;
su misma angustia que ha compartido,
como el mendrugo que no la sacia,
con esa niña que ha recogido,
retoño de otros, en su desgracia.
Esa pequeña que va a su lado,
la que mañana será su apoyo,
flor del suburbio desconsolado,
lirio de anemia que dio el arroyo.
Vida sin lucha, ya prisionera,
pichón de un nido que no fue eterno.
¡Sonriente rayo de primavera
sobre la nieve de aquel invierno!...
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