La última fada: novela inédita: 02

Y he aquí que el infanzón Isayo de Leonís iba haciéndose la más bella criatura que pueda imaginarse. Cumplidos los siete años era la admiración de cuantos visitaban la ermita. Los devotos, al acudir a la misa del ermitaño, llevaban al chicuelo tortas de miel, sartas de conchas, pajarillos vivos o nidos con sus huevos. Isayo atraía por una expresión angelical y unos ojos verdes y claros como el mar en calma, que resaltaban sobre la piel morena, tan morena como la de su madre. El pelo caía en largos tirabuzones sobre su cuello robusto ya. En la ermita no había sastres, y el buen Angriote vestía a su pupilo con una pellica de oveja que le hacía parecer un San Juan Bautista niño. Sin embargo, sus madrinas las fadas, de tiempo en tiempo y cada vez con menos frecuencia, pues iban muriendo de vejez, traían para él camisas de tela tejida con lino hilado en rueca de oro entre mágicas canciones. Y jamás la tela se rompía ni gastaba, ya hasta parecía estirar al medrar el...

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