La señora de Charles Bliss

El reverendo Wiley me aconsejó no divorciarme por el bien de los hijos, y el juez Somers, a él, le aconsejó lo mismo. Así llegamos juntos al fin del camino. Pero dos de los hijos creían que él tenía razón, y dos de los hijos creían que yo tenía razón. Y los dos que tomaron parte por él me echaban la culpa a mí. Y los dos que tomaron parte por mí le echaban la culpa a él. Y sufrían por la parte de sus preferencias. Y estaban todos destrozados por la culpa de haber juzgado, de alma torturados porque no podían querernos por igual. Ahora bien: todo jardinero sabe que las plantas cultivadas en un sótano o bajo piedras son retorcidas, amarillas y débiles. Y ninguna madre permitiría que su hijo tomara mala leche de su pecho. Y todavía los predicadores y jueces aconsejan la crianza de almas donde no hay sol, sino penumbra, donde no hay calor, sino fría humedad ¡Predicadores y jueces! Selección de poesía de Edgar Lee Masters Amanda Barker - Chase Henry...

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