La mula y el buey: 10

Ya cercano el día, iban los alborotadores camino del cielo, más contentos que unas Pascuas, dando brincos por esas nubes, y eran millones de millones, todos preciosos, puros, divinos, con alas blancas y cortas que batían más rápidamente que los más veloces pájaros de la tierra. La bandada que formaban era más grande que cuanto pueden abarcar los ojos en el espacio visible, y cubría la luna y las estrellas, como cuando el firmamento se llena de nubes. «A prisa, a prisa, caballeritos, que va a ser de día, -dijo uno-, y el Abuelo nos va reñir si llegamos tarde. No valen nada los Nacimientos de este año... ¡Cuando uno recuerda aquellos tiempos...! Celinina iba con ellos, y como por primera vez andaba en aquellas altitudes, se atolondraba un poco.» «Ven acá, -le dijo uno-, dame la mano y volarás más derecha... Pero ¿qué llevas ahí? -Esto -repuso Celinina oprimiendo contra su pecho...

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