La morada en el tiempo

(FRAGMENTO) Camina el ciudadano, inquieto, sudoroso. El calor ha vaciado las calles. Las casas se sofocan tras de persianas que no logran rechazar la pesadez canicular y dejan salir, en cambio, las transpiraciones. En los patios, los arrayanes, las parras y los helechos se inclinan sedientos sobre las flores ahítas. Los perros lamen inútilmente las tomas de agua. Al entrar en la plaza el ciudadano se detiene, azorado: no reconoce esos edificios de madera a punto de derrumbarse, recortados casi unos sobre otros, sin ventanas ni portales, Una luz, como una nube de arena, baña, en el centro, una tarima donde cuelgan tres cuerpos de animal partidos por la mitad y desollados, igual que en una carnicería. “Te equivocas, le dice el mendigo, son hombres. Busca lino para amortajarlos”.—Son los espías—No, los falsos profetas—Los conspiradores del tabernáculo—Los van a quemar vivos…—…por herejes y blasfemos…Y ahí donde no había nadie, una multitud se apiña ahora...

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