La Montálvez: I-17
La Montálvez-Parte I: Capítulo XVII
de José María de Pereda
Según lo convenido con mi madre, al otro día, en cuanto el banquero llegó, salí yo sola a recibirle. En la penumbra del salón, donde aguardaba, parecía el hombre una noche de verano: de tal modo relucían y titilaban sobre él verdaderas constelaciones de pedrería, hasta con su caminito de Santiago; que bien podía desempeñar este papel allí la enorme leontina de oro entretejido que trepaba por el hemisferio de su estómago. Además, apestaba el salón a patchouli y a pomada de geranio. No sé qué cara me puso, aunque me lo imagino, ni recuerdo en qué términos me saludé, ni las palabras con que yo le respondí. Sólo tengo presente lo que pasé después, estando los dos sentados, frente a frente, aunque con cerca de dos varas de alfombra de por medio; y lo que pasó dio principio en la siguiente forma, palabra más o menos:
»-Anteanoche -le dije, sin pararme a disimular la repugnancia con que abordaba...
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